Monday 25 May 2009

Reflexiones

El pasado fin de semana esta reflexión recurrente regresó a mi cabeza, invadiendo ya por infinita vez mi espíritu, y bloqueando nuevamente mis ideas, limitando en buena parte el disfrute de los días libres, pues me arrastra a “llenar” quizás artificialmente las buenas cuarenta y ocho horas que abarca el fin de semana.

Siempre me ha sucedido, y desde mi infancia, concretamente desde que fui consciente de la brevedad de nuestras vidas tras conocer la noticia de la muerte de un famoso payaso de televisión allá por los años 70, este asunto que aquí expongo me ha preocupado sobremanera. Recuerdo como si fuera ayer la noticia que aquí nombro, y como esa noche, intentando conciliar el sueño, las preguntas se acumulaban en mi cabeza, cuestionando dónde había ido a parar este personaje público, si tendría la oportunidad de volver a disfrutar de sus actuaciones, si ese mismo hecho me sucedería en la vida, etc.

Pues bien, todos esos pensamientos que algunas veces me visitan, se traducen en momentos en los que me siento especialmente bloqueado, en los que la cuestión principal que se abre paso en mi mente hace referencia al sentido de mi existencia y la de los que me rodean e importan. Todo esto me pasa, y como diría alguno, me está bien empleado, por ser tremendamente introspectivo y dedicarle tiempo y esfuerzo a analizar estas cuestiones. La vida sería tan sencilla y maravillosa, pero también estúpida e insulsa si sólo me dedicara a completar mis momentos de ocio con visitas a los grandes centros comerciales que nos ayudan a olvidar todo esto de otro modo. Porque, toda esta parafernalia superficial que nos rodea, ¿qué razón tiene que no sea distraernos con objetivos ajenos?

Detallando el proceso analítico de este asunto, con frecuencia, los pasos que sigo de forma involuntaria cuando la cuestión aquí tratada visita mi mente, consisten en un rápido análisis de mis “logros” (donde un amplio peso a los económicos es siempre concedido), enfrentando los mismos a mi edad. Casi siempre esa comparación levanta una alarma en mi foro interno, y una lejana (cada vez menos lejana y más estridente conforme mi edad se acumula) voz confirma que el tiempo pasa veloz, imperdonable, y que muchas de las actividades que le dan sentido a mi existencia son pasadas por alto y disfrutadas en menores cantidades de lo que razonablemente deberían serlo. Supongo que la cuestión es común al resto de los mortales, pero no por ello deja de preocuparme.

Esas actividades que comento están compuestas de breves momentos de libertad, sentimientos muy elevados, conciencia de mi propio cuerpo y de mi lugar en el mundo, y tiempos compartidos con mis seres queridos.

Muchas veces me cuestiono si los pasos dados fueron correctos, si los tiempos cumplidos no han sido “malgastados”, y si los objetivos que me impiden acercarme algo más al ideal de vida con la que siempre he soñado no me alejan más de esos momentos.

Así, pienso en nieve no trazada, en extensos prados verdes no paseados, en momentos y viajes no compartidos con mis seres queridos, en objetivos personales post-puestos un sinfín de veces y por motivos diversos, en conversaciones no mantenidas, en lecturas no realizadas, en paisajes no observados, en sentimientos no experimentados, y en una pobre conciencia de mi lugar en el mundo, y de mi propio cuerpo. Pero sólo lo pienso
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