Justo acabo de acostar a mi hijo Marcos, casi ya apunto de cumplir tres años.
Acabo de llevarle a su cama, suelo leerle un cuento para relajarle y permitirle dormir tranquilo, y aunque él llevaba uno en la mano, he preferido improvisar, y quería compartir con vosotros mi narración. Ahí va!
Érase una vez un niño que todas las noches, antes de acostarse, se asomaba a la ventana de su pequeña habitación y miraba hacia arriba siempre en busca de la Luna. Ésta se mostraba unas veces más pequeña, otras más grande, unas afilada y otras regordeta, y siempre le preguntaba a su papá el porqué de este cambiante aspecto.
Hoy su papá encontró la respuesta verdadera a todos estos cambios, y así le justificó:
Existe un pequeño ratoncito, al que todos conocemos como el ratoncito Pérez. Éste diminuto roedor cogió hace muchos años un pequeño cohete espacial con la idea de llegar a la Luna, pues el queso era su pasión, y esa bola lejana, grande y blanca prometía alimento en abundancia. Cada noche el ratoncito se acostaba pensando en el gran viaje, y ese día había llegado.
Pulsó la ignición del cohete y se elevó hacia el cielo a toda velocidad, entre humo y un ruido ensordecedor que hacía vibrar toda la estructura del vehículo espacial, llegando en algunos momentos el pequeño ratón a temer por su vida.
Superada la atracción de la Tierra, el cohete se desplazaba lentamente hacia la Luna, recorrido que Pérez tardó todo un lunes, tardó todo un martes, tardó todo un miércoles, tardó todo un jueves, tardó todo un viernes, tardó todo un sábado y tardó todo un domingo en completar.
Cuando finalmente alunizó en el Mar de la Tranquilidad, descubrió un maravilloso mundo de queso, que además era casi en su totalidad de la especialidad Gruyère, lo que le hizo sentirse aún más especial.
El ratoncito Pérez sacó el tenedor y el cuchillo que guardaba en la mochila que estaba dentro del cohete espacial, y empezó a rebanar pequeños trozos de la Luna, esa especialidad de queso tan lejana para el resto de su especie ratonil.
El ratoncito Pérez decidió establecerse allí y disfrutar de todo ese manjar, y aún continúa disfrutando del queso, excepto cuando debe regresar a la Tierra a recompensar la caída de algún diente de un niño.
Por esta razón, y en función de la cantidad de queso que Pérez consume, la Luna cambia su aspecto cada día, hasta llegar a desaparecer, momento en el que los Angelitos que regentan la tienda de ultramarinos del Cielo reponen el preciado producto para que el ratoncito Pérez pueda volver a engullir su queso, y nosotros, seres simples sigamos disfrutando de este desconocido satélite.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Y yo, tío de cuarenta y tres años hoy he comprendido la razón por la que tanta gente quiere abandonar la Tierra y pasar el resto de sus vidas en Marte (http://applicants.mars-one.com). Si quieres solicitar tu viaje sin regreso a Marte, puedes hacerlo desde aquí (https://apply.mars-one.com). Yo, particularmente me lo estoy planteando muy en serio, aunque antes quiero darle una oportunidad a Finlandia.