Si no fuera por estos ratos y esos otros (no tan amplios como desearía y que intento citar aquí) que paso con mi mujer, que disfruto de relajados paseos, del deporte del esquí que tanto placer me proporciona, de duchas calientes a media tarde en coquetos baños con espejos empañados y atmósfera repleta de vapor, del abrazo del albornoz, de lecturas abundantes de cualquier extensión y temática, de conversaciones interesantes donde abundan los juegos de palabras y las risas, de la espera ilusionada de un bebé, de viajes, de momentos dedicados a la preparación de un mínimo equipaje en mi mochila, de un caldo y un vino compartido en cualquier pueblo de la Sierra de Ayllón, de una Tartiflette en los Pirineos Franceses en medio de una nevada, de un Vin Chaud tras una gratificante jornada de esquí, de momentos compartidos con la familia, de unas improvisadas campanadas de Nuevo Año en la ETB con el anuncio de publicidad que me despistó enormemente, de unas competidas jugadas en la última consola de videojuegos que parece ser la compra de toda la familia estas Navidades, de ver mi patio nevado, de calzar las cadenas en mi coche, de madrugar tras una nevada nocturna, de un paseo de la mano, de un beso inesperado, de una palabra cariñosa, de una sonrisa, de un gesto amable, de encuentros fortuitos con excursionistas practicando esquí de fondo en medio del pueblo, de un coche que no frena ante una capa de nieve y que consigues controlarlo, de una conversación en un telesilla con el director de una estación de esquí, de un intento de ensayo narrativo, y de otras muchas que ahora no recuerdo.
En definitiva, si no fuera por estas pequeñas cosas y por las a veces pequeñas y a veces no tanto del baño, la vida sería una porquería.
En definitiva, si no fuera por estas pequeñas cosas y por las a veces pequeñas y a veces no tanto del baño, la vida sería una porquería.
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