Subo estos días con frecuencia a Vizcaya para visitar a mi mujer y mi hijo, y creo encontrarme preparado para comentar la falta de educación que muchos de los viajeros que comparten asiento conmigo muestran.
He viajado estos días junto a una muñeca de aproximadamente veinte años con la educación de un destripaterrones (perdón a los profesionales que aún puedan quedar en esta noble tarea); esta jóven no conocía la posibilidad del saludo, era una clase de Belinda contemporánea; la causa de su autismo debía ser el miedo al acercamiento, quizá atisbando bajo mi espesa barba a uno de los innumerables "asaltacunas" que habitan este planeta.
Coincidí con un padre literalmente inútil aunque emocionalmente mostraba algún rasgo de inteligencia a juzgar por su frase: "Disculpa, creo que mi hijo no te está dejando descansar"... afirmación ante la que debería haberle respondido con un: "Efectivamente, su hijo es un grandísimo hijo de puta y usted un grandioso imbécil por ser incapaz de domesticar a un cuellicorto de cinco años"... pero bueno, mi registro no admite tales improperios salvo en casos de excepción.
Por supuesto, en todo viaje que se precie no falta la monja (si la aventura se hace en avión) ni la pareja de madre e hija (si esta se disfruta en tren), caso este último que incumbe a esta experiencia en primera persona. La señora en cuestión disponía de unos sesenta años, mientras que su "pipiolina" debería estar ya por los cuarentaycinco. Estuvieron todo el viaje (más de cuatro horas) aireando a voz en grito sus desavenencias, que no eran pocas ni banales. ¡Qué mal está haciendo Belén Esteban con sus programitas!
Sin embargo, el pasado viernes topé por fin con un tipo normal, según mis métricas, que atendió cortésmente mi saludo a la llegada y que tivo a bien despedirse en Valladolid con un educado "Buen viaje"; y es que es tan fácil mostrar educación cuando se dispone de ella.
PS - And last but not least, el maravilloso grupo de señoritas aventajadas (en edad que no en modales) y ebrias que tras mi entrada en la cafetería del tren para disfrutar de una apacible cerveza, tuvieron a bien consultarme si mi barba producía algún tipo de picor. ¡Qué distinto el viaje de vuelta cuando la misma señorita aventajada en edad se camuflaba avergonzada tras su asiento!
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