Y ahí estoy yo, ascendiendo, rodeado del más profundo silencio invernal, del seco crujido de la nieve bajo mis botas, deslumbrado a cada momento por el intenso fogonazo de luz que cada escena posee, originado por cada rayo de sol al posarse sobre una rama nevada, un arroyuelo cuyo hilo de agua corre helador, una ladera alfombrada en blanco.
Y yo deseo alcanzar la cima, con paso lento, disfrutando de todo a mí alrededor, abandonado a la naturaleza, lejano a la sucia ciudad donde la avaricia y la mala educación son moneda de cambio; lejos quedaron problemas, el día a día, el tedio, las reuniones, los móviles y las conferencias; nada que echar de menos, y mucho por descubrir.
La primera vez que veo esta preciosa montaña tan cargada de nieve, y es bella, vaya si lo es; la pienso miles de años atrás, con su actual Maliciosa sumergida en agua, quizá durante la última glaciación, soportando nevadas, adormecida entre hielos y plagada de otros habitantes, seguro más respetuosos con su espíritu, el de la Montaña Mágica.
Siempre embrujada, y lo es. Se desbordan mis ojos ante tanta belleza; satura mis sentidos, acostumbrados a tan poco; una tremenda sensación de felicidad me invade; empiezo a llorar pero no quiero evitarlo. ¡Cuán contrarias son estas lágrimas a las derramadas por decepciones profesionales, económicas, relacionadas a esta sociedad del consumo que tanto me entristece! Es todo tan puta mierda.
Aquí arriba entiendo la fugacidad de mi vida, el sinsentido de mi existencia tal y como es experimentada allá abajo, entre seres anónimos, preocupados por problemas que ellos no han originado ni solucionarán. ¿Por qué me empeño en seguir malgastando mi tiempo? No me queda duda, la realidad de mi existencia se encuentra aquí, junto a las cimas del mundo. Me siento cercano al origen de la Humanidad, al mío propio por supuesto, pues antes de ciudadano y un número fui persona; estas cimas estuvieron una vez bajo océanos; quizá mi felicidad proceda de ahí; estoy en íntima relación con mi origen, y el de todos los míos, incluso el de aquellos imbéciles que pasan sus vidas entre asfalto, hierros y escombro.
En estos pensamientos me pierdo y llego a la cima; aparto a un lado mis botas de montaña mientras descargo mi mochila; calzo unas botas de esquiar y aseguro mis tablas. La ladera se muestra enorme, de un blanco como nunca antes disfruté. Quiero deslizarme en ella, y así lo hago. Me lanzo ladera abajo señalando mi primer giro. Y sigo, sigo, bajo y bajo. Me deslizo y no pienso en nada más que el siguiente giro, y miro de reojo el escenario; me envidian, soy consciente; locos me piensan desde Madrid; muchos, más de los que crees. Creo nueva huella encima de la nieve, a su vez sobre una ladera que tiempo atrás fue la cuna de mi existencia. Me uno a ella, la disfruto y pienso que la vida seguirá adelante no importa lo que suceda. La belleza seguirá reproduciéndose, a pesar de mis nimios problemas, estúpidas preocupaciones y sucia realidad.
Finalizo mi descenso y pienso en volver. La mierda de realidad se impone y debo bajar. Muy a lo lejos un hongo gris corona la ciudad donde mi vida se reproduce. ¿Quién para esta tremenda porquería? No interesa. Vuelvo al asco, a la vida no elegida e impuesta, al trabajo monótono, a la cuenta ajena, a las medidas antisociales, a la sociedad que aguanta, resiste lo que le echen, que aquí es mucho pero yo no puedo más.
2 comments:
Pero siempre tendrás esas escapadas que te harán perderte de la realidad y donde cargarás las pilas. Un besito Antonio
Cierto es Lola!! Gracias. Un besote. Antonio
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