Tuesday, 16 February 2010

Algunos Gratos Recuerdos de Infancia

Recuerdos lejanos, a los que debo acceder escudriñando en mi memoria, reminiscencias de épocas pasadas, donde mi mundo se ceñía a la por entonces pequeña ciudad del norte de Madrid donde resido.

Calurosas mañanas de verano, gastadas en el hogar, al margen del abrasador sol, bajando a casa de mi mejor amigo, aquel que vivía en el 3º B, justo un piso por debajo del mío, 4º C.

Jugábamos a cosas simples, pues la distracción en aquellos tiempos no exigía demasiada tecnología, al menos no más que la que unas pinzas de la ropa nos proporcionaban para construir unas pequeñas pistolas artesanales, con las que pasábamos largos ratos disparándonos, parapetados tras dos pequeñas hamacas de playa, o la mínima técnica que era requerida para disponer de un pequeño avión de papel que colgábamos con un cordel desde la terraza.

Recuerdo también la paciencia de la madre de mi mejor amigo, mientras preparábamos el escenario de uno de mis juegos favoritos, el llamado “Juego de Las Tinieblas”, en la habitación de él, sembrando la misma de obstáculos elaborados con cojines, algunos dispuestos encima del umbral de la puerta de entrada, y otros dispersos en el camino, de forma que al entrar en la habitación el cojín caía sobre la cabeza del encargado de identificar a los que nos escondíamos, mientras una copiosa lluvia de calcetines caía sobre él en medio de la más cerrada oscuridad.

Quedan en mi memoria los nervios que crecían antes de que el tiempo ofrecido para disponer todo en la habitación se agotase, y el amigo en cuestión entrase. Grabada está en mi retina la imagen de la madre de mi amigo, entrando por equivocación en la habitación y “sufriendo” nuestras barrabasadas.

Y recuerdo trabajar en la elaboración de arcos, flechas y tirachinas a base de madera de escoba, recogida por el padre de mi mejor amigo en los campos cercanos. Con algo de esfuerzo conseguíamos convencer a nuestras madres de la bondad de nuestras actividades para que nos dieran alguna aguja de ganchillo, de forma que pudiéramos terminar nuestras flechas y lanzas con una aguda punta. Recuerdo el tirachinas, elaborado por su padre con goma de caucho y un pequeño parche gris donde apoyábamos la piedra a lanzar. Y recuerdo los largos paseos por el frío campo en pleno invierno, completamente helado, campo donde ahora se elevan feas e impersonales urbanizaciones con nombres vacíos de significado (Calle de la Felicidad, Calle de la Amistad, etc.). Esos terrenos fueron mi Felicidad y allí compartía Amistad cuando nada había construido. Allí compartíamos una careta de cerdo braseada en una improvisada chasca, y allí perseguíamos pequeños pájaros, objetivo de nuestra siempre infructuosa caza.

Así avanzaban los años, unos paseando por el campo, otros persiguiendo niñas con modos toscos y rústicos, más cercanos al apareamiento del primer simio sobre la Tierra que a un ser humano. Después llegaron los cines, primero infantiles, donde acudíamos puntuales todos los domingos a las 16.30. Luego aparecieron las primeras discotecas y tardíamente las primeras amistades femeninas. Intentos, en su mayoría vanos por acercarnos a ellas, para descubrir que nuestras futuras parejas estaban mucho más cerca de nosotros que lo que pretendíamos conseguir, o en algún caso, como el propio, estaban a cientos de kilómetros de mí.

Ahora, época de madurez y quizás de reflexión, miro al pasado con una sonrisa, y disfruto del presente, compartiendo momentos con estos amigos, ya con familias completas, donde siguen apareciendo fruto de la confianza que la convivencia de años da, los mismos gestos y comentarios que hace años nos llevaron a forjar nuestra amistad.

2 comments:

Eladio said...

Hola vecino. He terminado de estudiar un ratejo y al pasarme por aquí me he llevado una magnífica sorpresa. Iba a poner un TQ... Yo tampoco he olvidado nada de aquello. Te deseo lo mejor.

Zaloette said...

Me alegro de leer tu comentario. Un abrazo