Todos Fantasmas

La casa está llena de fantasmas. En ella vivieron sus antepasados, se educaron sus tíos y padre y allí se vivieron muchas Navidades, todas ellas de grato recuerdo para él, excepto una, aquella del 76, cuando su abuelo sufría la terrible enfermedad que significaría al cabo de unas pocas semanas su temprano fallecimiento.

Él y sus primos trasteaban ajenos al dolor que a sólo una oscura habitación de distancia cubría por completo el lugar. Hacían mucho ruido, con toda seguridad demasiado para un anciano moribundo que convalecía de un fuerte tratamiento médico, pero todo les estaba permitido en Navidad, incluso como ahora recuerda, el franqueo del umbral de aquel sombrío cuarto, de infame recuerdo, en busca de los regalos que los Reyes Magos habían depositado a los pies del lecho de muerte de su abuelito.

Era para todos ellos casi la primera experiencia de muerte. En determinadas noches, y a raíz del fatal desenlace, el pequeño se llevaba a la cama el sombrío pensamiento, y se cuestionaba el objetivo de la vida. ¿Quién les había puesto en escena? ¿Era este el único escenario posible? ¿Qué posibilidades había de despertar a tiempo de este extraño sueño? Así se cuestionaba el pequeño su existencia, posiblemente sugiriendo las mismas preguntas sin respuesta conocida que todos los humanos previos a él se hicieron en noches pretéritas.

Todas estas consultas finalizaban indefectiblemente con una profunda sensación de vértigo, enorme vacío frente a lo desconocido, quizá causada por la propia exploración mental del pequeño ser, llegando apenas a acariciar recuerdos enterrados por millones de años y transformaciones genéticas que tengan como objetivo hacer la vida soportable. Se asustó entre sus pensamientos al llegar a esa calle sin salida; pensó que la barrera levantada ante sus dudas evitaba la posibilidad de alcanzar cuestiones más profundas.

Sinceramente, esa noche, como aún hace en muchas otras donde el sueño no vence a la vigilia, agradeció no obtener respuesta.