Quizá sea la inminente llegada de la Primavera, pero vuelvo a sentirme hastiado con la rutina diaria, dominada como para un altísimo porcentaje de la Humanidad por el aspecto laboral ajeno de la misma. Resuena en mi cabeza eso de “mal de muchos, consuelo de tontos”, y quizá por aquello que nunca me gustó tildarme de bobalicón, siempre esperé quedar al margen de ese alto porcentaje, esperanza que aún no he perdido pero cuya transformación en realidad “se hace cada vez más tarde” (¡Qué gran título Sr. Antonio Tabucchi!).
Tampoco creo “caer” dentro de la categoría de los desidiosos, aunque con frecuencia me lo cuestione; el caso es que ante determinadas actividades no encuentro mesura en su realización, y consiguen sin duda poner a flote lo mejor de mis capacidades y habilidades. En muy mínimas ocasiones el sistema ha sido capaz de conciliar mis aptitudes y actitudes junto a mis acciones, razón por la que no me siento especialmente productivo respecto a la riqueza social que mi labor diaria genera.
Formo parte desde la más tierna infancia de las mudanzas cotidianas impuestas, como son sin duda las idas y venidas a la guardería, al colegio, al instituto, a la universidad y al trabajo. ¡Joder señores!, si miro atrás llevo al menos 38 de mis 40 abriles encerrado entre cuatro paredes.
De nuevo mi corazón me dice ¡basta!, pero echo en falta el arranque suficiente que supongo es requerido para mandar todo a “tomar por culo” sin mayores miramientos.
Me falta un empujón, un hervor tal vez. Espero alcanzar este “punto de cocción” en breve porque “Dios, cómo ansío la huida” de todo esto.
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