Suena el teléfono en la casa vacía. Uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco sordos timbrazos retumban en la casa temporalmente y diariamente deshabitada.
Replica el contestador automático, ese frío interrogante que ante ausencia o desconsideración del residente ausente, toma la palabra de forma programada, siempre con frases manidas como:
- (Educada, con música clásica como apertura) En estos momentos no me encuentro en casa. Por favor, no dude en dejar su mensaje y me pondré en contacto con Usted tan pronto regrese
- (Informal, cruzando la frontera de lo formal y posándose en la chabacanería) Disculpe pero no estoy en casa. Deje su mensaje tras el pitido y me cuenta. Ya veré si le devuelvo la llamada o no
- (Desesperada) No vuelvas a llamarme. Lo nuestro ha terminado
- (Irreal) Estoy hasta los cojones de tus infames llamadas. Si vuelvo a escuchar tu voz prometo descerrajarte cuatro tiros
- (De un tímido, que acepta cualquier mensaje que su operadora telefónica le impone) Este es el contestador del número 941,XXX,XXX. Por favor, deje su mensaje tras escuchar el pitido
Y así un interminable etcétera, casi tan extenso como tipos de voces inundan este Planeta.
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