Tuesday 12 July 2011

Cuento Infantil (The Great Escape - revisited)

No, no puede ser pensó el bebé. De nuevo me han dejado entre estas cuatro paredes, rodeado de pequeños semejantes y estas cuatro señoritas que atienden al nombre de cuidadoras y no paran de zarandearnos para acá y allá.

Y con este pensamiento es como arrancó una de los mayores amotinamientos conocidos del fascinante mundo del bebé.

Marquitos no lo dudó un momento, se negaba a repetir la experiencia de la semana pasada, cuando su padre le había depositado como un fardo de 10kg en aquella cárcel.

A pesar de la libertad condicional que mantuvo por dos días (claro, pobre bebé, desconoce el caótico calendario adulto, donde el sábado y el domingo se suelen disfrutar en familia, a pesar de la extendida torpeza de los grandes centros comerciales, las fruterías de barrio y las tiendas de todo a 1 euro), el bebé lo tenía claro, ¡No pasarán!

Así, el lunes por la noche, mientras sus papás dormían y creían que su dulce bebé hacía lo mismo, apoyó su piececito derecho sobre la cabeza del osito de peluche, ayudándose en trepar la barandilla de la cuna. Después anudó parte de la sábana a la cabecera de la cuna (sí, donde está dibujado ese tierno y dormilón osito azul), y se deslizó en rappel hasta alcanzar el suelo, donde intentó aguantar sobre sus dos regordetas piernitas sin éxito. Se dejó caer hasta dar con su celuloso pañal sobre la alfombra de la habitación, y procedió a gatear hasta alcanzar la terraza, donde papá guardaba en una caseta de madera (que previamente el bebé había dejado abierta al poner entre la puerta y el cerco una pelota de goma) diverso material de carpintería.

Marquitos penetró sigilosamente en la caseta, y escogió el material requerido para diseñar las pancartas de protesta. El motto estaba claro, ¡No pasarán!

Encontró ocho palos de madera, algunos trapos blancos y pintura negra Titanlux. No era Mc Gyver, pero algo había visto en la tele (por eso no deben ustedes dejar a sus bebés frente al televisor… detrás de cada episodio de Pocoyo se esconde un mundo de maldad y genialidad infantil), así que no fue complicado montar las pancartas. Sí, ahora era un “indignado” más.

Terminó tarde su trabajo, justo cuando las primeras luces del alba amenazaban con descubrir el pastel, así que aceleró el asunto y dejó las pancartas camufladas bajo la manta de invierno que mamá había olvidado en la cesta del carricoche.

Regresó a la cuna, trepando por la sábana, saltando la barandilla y deshaciendo el nudo. Recogió su “chupe” de nuevo, y volvió a colocar al osito, caído sobre la cama tras su huida de unas horas antes. Simuló unos ronquidos y poco más… un minuto más tarde sonaba el despertador.

Mamá y papá se levantaron, ducharon, desayunaron y demás, mientras Marquitos seguía visionando en su mente el plan, todo un planazo sin duda.

Media hora más tarde salían de casa, camino de la guardería. Al contrario de lo acostumbrado, Marquitos no lloró esta vez al ser aparcado en la guardería, todo lo contrario, se quedó con una ancha sonrisa en su rostro, que dejaba entrever dos paletas sobre su encia superior y dos pequeños “piños” en la inferior.


Minutos más tarde, y mientras Guadalupe le llevaba a la sala junto con los otros bebés, Marquitos sacó bajo su pañal las cuatro pancartas… no me pregunten cómo logró meterlas ahí, sólo sé que lo hizo, y al grito de “pa-pá, ma-má, tra-i-ci-ón”, consiguió la ayuda del resto de semejantes y tras amordazar a las cuidadoras, huyeron a la vieja Factoría de Chocolate Fondant que junto a la guardería se alzaba. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

2 comments:

Lola Fontecha said...

Te has metido en la piel de tu bebe para esta entrada, asi siiiiii jejejejejejeje. Muy buena. Besitos

zaloette said...

Buenos días Lola,

Poca productividad tengo estos días, pero intenté reir un rato creando esta entrada.

Besos,

Antonio